Las clientelas del general Wilches. Nectalí Ariza
socorrido […] me manifestó la chiquita que le había preguntado por mí […] no deje mi distinguido y respetado general de recomendarme para obtener un buen panecito con que alimentarme por medio de un destinito, que ofrezco cumplir en todo lo más dable; ojalá sea el que tengo al lado de mi buen amigo don Ricardo Torres»111. El texto trasluce que el remitente ya tenía un cargo, y que deseaba seguir en él, reforzando tal solicitud con su condición de pobreza.
La correspondencia de los miembros de familias de García Rovira estaba discursivamente en un nivel diferente al del resto de clientela. Por ejemplo, una carta de Jacinto Rangel permite observar varios aspectos: primero, un trato de amistad, pues el saludo empezaba con «amigo fiel»; y luego decía que los de San Miguel y de Málaga no se merecían lo que pedían (el traslado a su pueblo del colegio de San Andrés y la capitalidad de la provincia –detentada por La Concepción– a Málaga). Al respecto, Rangel argumentaba: «¿qué méritos tendrían para ello? […] ¿será por las promesas de don Salustiano Ortiz, Tomás Castillo, Bernabé Blanco de 1859, 1860, 1861?». Rangel aludía a los años de guerra y al círculo conservador de Málaga, enemigo acérrimo de los liberales de La Concepción. Rangel remataba el texto de su carta irónicamente: «¿Será por las guerrillas de Málaga que limpiaron y dejaron en la miseria a estos pobres pueblos? [...] expreso que se desengañen, que no es el reinado de los godos lo que hay en la cuna de la libertad». Luego se despedía de Wilches pidiendo que saludase a los amigos comunes: Nicolás, Vicente, Isidoro, Antoñito, Páez, Granados, Suárez, Otero, Villareal y Crisóstomo. Esta nota de Rangel, quizá de 1870-1872, mencionaba el círculo conservador de Málaga y el de los aliados liberales de La Concepción. El trato de los saludos se extendía entre las familias: «Todos los de esta casa te saludan»112. Jacinto, por las formas, evidencia que estaba emparentado con la familia, quizá por la línea de Rafael Rangel, casado con Ana María Wilches, tía de Solón (véase gráfico pág. 36).
Wilches, en el papel de patrón, enviaba los listados de candidatos a sus jefes de clientelas en cada localidad, con estafetas de entera confianza, cuando no tenía familiares a su alcance, en notas que solían ir acompañadas de las boletas de votación. Algunas con apuntes al margen que rotulaban el asunto como “privado”, para imprimirle un carácter especial; quizás esto servía para un transporte cuidadoso y una entrega inmediata. En una de estas notas Wilches decía:
Las boletas que van son 4.079: la de diputados es como la original que mandaron de allá. De magistrados van dos planchas, en la uno seis candidatos, en la cual va el nombre del Dr. Leónidas Olarte, a quien ojalá le den el mayor número de votos, pues está muy bien su política. Los Srs. Hurtado, Muñoz y Pineda deben tener la votación de García Rovira. No olviden separar la plancha de magistrados del Tribunal que va en un solo pliego con las otras. Si hubiera tiempo irán otras boletas para diputados en que venga el nombre de Blanco, pues por un error en la imprenta no alcanzó a quedar ese nombre en la mitad de las boletas que van113 [s. m. d.].
Esta misiva deja la inquietud acerca de si hubo un error en cuanto a las boletas de Blanco, o no lo querían entre los ganadores, pues Wilches precisa a los destinatarios el nombre de sus favoritos. También evidencia que los patrones locales estaban condicionados por su jefe. Si se ganaban las elecciones, era común que tuviesen que respaldar el triunfo con las armas. Y si se desencadenaba la guerra, a ella iban todos, patrones y clientes. Los que tenían el mando estaban protegidos, y excepcionalmente morían. Su prestigio y su ubicación en la estructura del poder social resultaban proporcionales a la asignación del mando y al papel jugado en los conflictos.
Una vez terminadas las escaramuzas, los patrones locales volvían con sus huestes de peones a las haciendas, los artesanos a sus oficios114 y los funcionarios a sus cargos, y así sucesivamente. Los participantes en las batallas se encontraban con su jefe militar como presidente, y procedían a recordarle su lealtad y participación en la guerra para reforzar peticiones de trabajo. Los patrones políticos debían tenerlos en cuenta porque siempre había amenazas de conflictos, y tal como lo señala la carta ya vista de Francisco Mateus (véase nota pie de pág. 108): él podía ayudar, pero necesitaba “vida”.
La guerra fue un escenario de promoción política. Alcanzar el rango de general, haber sido herido, permitía recoger un testigo de la participación de los ancestros en la guerra de Independencia y en otras posteriores en pro de la causa y de la patria. Ellos lo sabían, y actuaban en consecuencia. Así, por ejemplo, en una carta que Wilches envió a su primo Joaquín, para compartir su posición con respecto a la decisión de Tomás C. de Mosquera de suprimir el Congreso y tomar todo el poder en la Unión, evocaba los referentes que le daban sentido a su actuación política: «Muy triste es Joaquín que la charca de sangre de más de medio siglo no sirva de valla para contener la tiranía […] i no se le presentan las figuras de los denodados Virgilio i Emilio que supieron honrar las cenizas de su abuelo. Nada Joaquín, no hay que desmayar»115. Wilches había sido mosquerista en la guerra de 1859-1862; de hecho fue subalterno de Mosquera y alcanzó como tal el rango de general, pero en 1867, y desde que los liberales radicales alcanzaron el poder de la Unión, sus afectos políticos y los de su entorno –liderado en esa etapa por Eustorgio Salgar–, estaban con aquellos. En otra carta, respecto a la pretensión mosquerista de suprimir el Congreso, decía: «si no actuamos, en vano habrá sido la muerte de […]», y pasaba a enumerar a los mártires de la familia en la Independencia. Esa remembranza no solo les aportaba confianza en su proceder, sino que, en parte, su prestigio social estaba establecido en el imaginario del común, a partir de un “pasado heroico de la familia”, que cada caudillo y sus aliados procuraban prolongar. Así, por ejemplo, cuando Wilches murió, las noticias recordaban las batallas donde había triunfado, se hablaba de sus méritos como persona, y se afirmaba: «vástago de una familia de próceres»”116.
En los conflictos armados la red familiar y sus clientelas se alistaban militarmente, y todos ayudaban con diversas tareas, algunas simples pero importantes, como eran las comunicaciones. Varias notas muestran a los clientes sirviendo de mensajeros. Su primo Antenor Montero le escribía desde La Concepción en abril de 1860, informaba que un posta había llegado desde el Socorro con un mensaje del presidente Eustorgio Salgar, con instrucciones para que les dieran armas a todos los mayores de dieciocho años para rechazar una nueva «invasión de don Mariano [Ospina]» sobre el Estado117. Otra misiva dirigida a Milciades y a Solón, de marzo de 1859, informaba del arribo del coronel Márquez a Piedecuesta y del avance de Eusebio Mendoza desde Pamplona a Málaga, donde habrían reunido unos novecientos hombres que se dirigían a enfrentar a los federalistas en Bucaramanga118.
La red de familias de García Rovira evidentemente incidía en la gestión de clientelas, por ejemplo, en los inicios de la segunda presidencia de Wilches, cuando ya contaban con clientelas en todo el Estado; en su provincia, tanto su familia como sus amigos desde sus cargos, con cierta autoridad, recomendaban nombres y en oportunidades desautorizaban algunos. Esto se manifiesta en cartas como la enviada por Joaquín M. Espinel: «sigue para allá mi primo y pariente político Torcuato Carreño, que aunque no necesita presentación […] me tomo la libertad de manifestarle que me parece conveniente que vuelva a su puesto de jefe departamental de San José de Cúcuta»119. Espinel era su amigo, miembro de una de las familias que actuaban junto a los Wilches en la política provincial, lo que quizás explica el matiz imperativo de la carta.
La correspondencia entre Wilches y sus parientes refleja las posturas y las valoraciones frente a los sucesos políticos, como el mencionado de 1867. En los días previos la guerra parecía inminente y los jefes locales se enviaban cartas para conocer las posturas de unos y otros con el objeto de alistarse en armas. En la correspondencia antes citada, entre Wilches y su primo Joaquín, el primero calificaba como muy grave el intento de disolver el Congreso por parte del presidente Mosquera; comparaba el hecho con los sucesos de 1854, cuando el general Melo dio un golpe al presidente Obando; también con los hechos de agosto de 1828, cuando Bolívar derogó la Convención y se proclamó dictador. En su larga disertación trataba de prevenir a su primo y terminaba por dar la razón a los radicales, con un llamado a defender el poder federal120.
En 1867 los radicales temieron que los conservadores aceptaran la convocatoria del general Mosquera y que la guerra se generalizase. No estaban